El
campo de Pequeña Holanda tiene dos sectores claramente diferenciados.
Una superficie de 33 hectáreas en estado natural, como una reserva
ecológica que mantiene las características de flora y fauna típicas
y que puede ser recorrida por una serie de senderos internos que
permiten observar plantas, aves y otros animales en condiciones
naturales. La otra parte, de 10 hectáreas es la que tiene una gran
intervención de la mano del hombre y donde se ha modificado prácticamente
todo.
La
base de estos cambios es el Polder, un dique de tierra de dos a
tres metros de altura y cuyo borde superior está por encima de la
marea del siglo. Esto quiere decir que con las crecidas del Río
Paraná que se denominan mareas, el agua no puede inundar la parte
endicada con el terraplén.
Una vez obtenida una área libre de
inundaciones fue necesario generar declives interiores, caminos,
un pequeño lago donde colectar el agua de lluvia que ya no tiene
escurrimiento natural. Cuando llueve en exceso se bombea el agua
al exterior desde una central de bombeo, con una frecuencia que
promedia el mes.
Esta
función la cumplían en Holanda los típicos molinos de viento que
bombeaban agua al exterior de los polders en forma constante desde
el siglo XVI, época en que se introdujeron en ese país.
Si
consideramos que el aeropuerto de Amsterdam está situado a 7 metros
por debajo del nivel del mar y Holanda está formada por un 67% de
tierras ganadas al Atlántico podremos imaginar hasta que punto el
sistema de Polders funciona. Volviendo a nuestro campo, una vez
cumplida la nivelación interior hubo que esperar dos años y sembrar
distintos tipos de pastos hasta que el suelo comenzó a tomar las
características de aerobiosis, luego de una anaerobiosis milenaria.
Recién después pudieron plantarse distintas especies arbóreas, y
luego de cinco años de asentamiento del suelo pudieron comenzarse
las primeras construcciones.
El
lugar es apto para toda clase de actividades recreativas, educativas
y deportivas. Arboleda y mucho verde invitan a la contemplación
y el relax. Paseos a pie, a caballo, en bicicleta, brindan un solaz
más activo por todos los caminos y senderos de la Reserva. Las canchas
de fútbol y voley permiten encarar el día en forma más deportiva.
Actividad náutica y paseos en lancha permiten conocer y disfrutar
esta zona del Delta. Los animales y la granja permiten familiarizarse
con la vida rural y sus actividades. Fogones, quincho y abundante
sombra dan una marco ideal para encarar el mediodía con un clásico
asado y charlas de sobremesa.
Pequeña
Holanda abre sus puertas a todos y en particular a las familias
para ofrecerles un destino turístico diurno en sábados, domingos
y feriados con una propuesta de descanso y relax junto con una amplia
variedad de actividades al aire libre. La oferta gastronómica es
rural, sana, casera y muy sabrosa.
Además
se realizan en Pequeña Holanda una serie de festejos afines a las
características del lugar. Así nos encontramos celebrando la Pascua
con espíritu europeo, el 25 de Mayo con el fervor patrio propio
del hombre de campo, la Fiesta del Chocolate y en los primeros días
de noviembre el Oktoberfest o Fiesta de la Cerveza. Este festejo
se origina en las afueras de Munich al celebrarse el casamiento
del rey Ludwig de Baviera con la princesa Teresa. Tal fue la alegría
y el calor popular de ese evento que la gente espontáneamente lo
repite todos los años desde entonces. Y Pequeña Holanda se adhiere
a esta alegría del corazón recreando el espíritu de esta festividad.
Este año, el 11 de noviembre, con un sol esplendoroso se inician
los concursos de trozadores, lanzadores y hacheros, concursos todos
que se remontan a las habilidades laborales en los obrajes madereros,
y donde una cantidad de presentes midieron sus fuerzas y los más
aventajados se llevaron un barrilito de cerveza. Entre algarabía
y buena música llegó el mediodía y tras un opíparo almuerzo comenzaron
a presentarse las comunidades extranjeras para ofrecer su folklore,
sus bailes y su música. Un impensado aguacero impidió esto y todo
el mundo, cálidamente y codo a codo en el gran salón pudo seguir
los avatares del concurso de tomadores de cerveza y la extraordinaria
presentación de los Zapateadores Bávaros que hicieron alarde de
arte y destreza en los típicos bailes y canciones de Baviera. En
los intervalos los innumerables chops pasaban raudos hacia sus destinatarios
y las tortas caseras hacían las delicias de los presentes. El golpetear
de la lluvia sobre los techos le daba un toque romántico al conjunto
pero finalmente obligó a todos a emprender una prudente retirada,
entre risas, chistes y reiteradas promesas de un nuevo encuentro
de amigos el próximo año.
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